En portada, una estrella fugaz fotografiada el 12 de Agosto de 2020.

Ya pasó el 12 de Agosto. El día que más deseos se piden al año. El gran día de las estrellas fugaces. Como todos los años, San Lorenzo lloró a moco tendido, pero como todos los años, muchos se llevaron una decepción.

Texto y fotos: Manuel Jiménez Cepero

Ilusionados por la campaña publicitaria que cada año hacen los medios de comunicación —¡200 meteoros por la hora! decía alguna que otra televisión— prepararon su butaca, su neverita, e incluso unos prismáticos, y salieron toda la familia a las afueras de la ciudad dispuestos a perder la cuenta del número de estrellas fugaces que veían. Tras dos horas, tres cervezas, dos bocadillos y muchos más fogonazos de linterna que de estrellas, llega la hora de volver a casa y unos a otros se preguntan, con cara de decepción: ¿Cuántas has visto?

«Dos», dice el padre, que se adueñó de los prismáticos, «pues yo tres» comenta la madre y el chaval más avispado, con mezcla de desengaño y satisfacción contesta, «¡yo 5!». Satisfacción por ser el que más ha visto, desengaño porque se ha quedado muy lejos de las 200 que esperaba.

Tenemos que comprender que la mayoría de las estrellas fugaces son tan débiles que suelen pasar desapercibidas. Más aún, si estamos continuamente encendiendo linternas o móviles de manera que nuestros ojos no terminan nunca de acostumbrarse a la oscuridad. Pero os aseguro que no saldréis decepcionados si entendéis el 12 de Agosto, o cualquier otro día, como un día para reencontrarse con nuestros orígenes. Nuestros primeros orígenes, aquellos lugares donde se formaron nuestros átomos.

Si salimos una noche sin Luna a un lugar retirado de la contaminación lumínica con una butaca y unos prismáticos y ¡nada más! Ni cervezas, ni bocadillos, ni linternas. Nos tumbamos en la butaca, acostumbramos nuestros ojos a la oscuridad y contemplamos el firmamento. Estrellas brillantes y débiles, muy débiles, pueblan el cielo como si fueran farolillo de una feria cósmica. Y la Vía Láctea destaca como una nube alargada de polvillo de estrellas, imposible contarlas. Tras un buen rato empapándonos de tanta grandeza, cogemos los prismáticos y apuntamos a la Vía Láctea.

¡Ahora si podemos individualizar las estrellas! Miles de ellas, con delicados colores, invaden el campo de nuestros prismáticos. ¿Hay algo más hermoso? Si de verdad hemos conseguido conectar con el cosmos, el tiempo se detiene. No tenemos sed, no tenemos hambre, no pasa el tiempo. Tal vez, incluso podemos ver alguna que otra estrella fugaz que, ahora si, no nos decepciona en absoluto. Tras un tiempo indeterminado, lo que dure nuestra conexión con el Universo, recogemos y volvemos a casa, a cenar que estamos hambrientos, pero con la satisfacción de, incluso, haber visto una estrella fugaz, a la que no le pedimos ningún deseo porque en ese momento solo deseábamos lo que estábamos viendo.