Imagen de portada: Stuart Rankin

Cuando el creciente lunar tiene una edad de 12 o 13 días, aparece ante el observador uno de los cráteres más particulares de la Luna.

Texto e imágenes: Manuel Jiménez Cepero

El cráter Aristarco no destaca por su tamaño, tiene 42km de diámetro y está superado por centenares de cráteres lunares. Pero su particularidad está en otros motivos.

Está considerado el cráter más brillante de la Luna, su poder reflectante (albedo) duplica al de la mayoría de los cráteres lunares. Es cierto que es relativamente joven, de unos 450 millones de años, pero además contiene una alta concentración de un feldespato de aluminio llamado Anortosita y de un óxido de hierro y titanio llamado Ilmenita, que contribuyen a aumentar su albedo. Debido a su concentración de óxido de Titanio, se le considera una posible mina de oxígeno para futuras colonias estables en la Luna.

Además se encuentra en una meseta que se eleva en la parte más alta 2 km sobre el la llanura de lava y muestra los restos de una gran actividad magmática, destacando el canal de lava sinuoso más importante de la Luna: Vallis Schröteri que se extiende por 160 km. Pero ahí no termina su particularidad. La tercera parte de todos los fenómenos lunares transitorios registrados tienen su origen en la meseta de Aristarco. En 1911 Robert W Wood fotografió en el ultravioleta la meseta de Aristarco y observó que en su parte norte había una gran mancha oscura para el ultravioleta. Hoy todavía se conoce como mancha de Wood y se ha identificado con depósitos, relativamente recientes, de azufre.

En 1971 el Apolo 15 pasó a 110 km del cráter y registró un aumento significativo de radiación alfa. Se sospechó que se debía a la descomposición radiactiva del gas Radón 222. En 1998 el satélite Lunar Prospector confirmó la presencia de ese gas radiactivo sobre Aristarco. Su presencia no está clara si se debe a una difusión lenta y visualmente imperceptible de gas a la superficie, o por acontecimientos explosivos discretos.